Signos de alarma de trastornos del desarrollo

¿Cuáles son los signos tempranos más comunes de trastornos del desarrollo que los padres deben vigilar en los niños pequeños?

El desarrollo psicomotor se define como el proceso mediante el cual el bebé adquiere y diferencia un conjunto de funciones de tipo motor, sensitivo-sensoriales, intelectuales y afectivas por las que va a desarrollar una serie de habilidades que le permitirán cumplir las funciones que le corresponden a su edad.

A nivel de las funciones motoras valoramos el tono muscular, las actividades arcaicas (reflejos del recién nacido), las gravitacionales (control cefálico, sedestación, bipedestación y deambulación), y la manipulación (reactiva y propositiva).

Los signos de alarma que podrían indicar una alteración de las funciones motoras del desarrollo son:

  • Postura de libro abierto: en decúbito, el niño mantiene separadas de la línea media del cuerpo, con escaso movilidad espontánea (desde el nacimiento).
  • Irritabilidad, llanto persistente, rigidez (postura de “tijera espástica” con las piernas extendidas y crazadas entre sí) desde el nacimiento. Persistencia exagerada de las actividades arcaicas (puños cerrados con los pulgares incluidos) por encima de los 3 meses y reflejo de Moro exacerbado ante ruidos o sobresaltos inesperados más allá de los 6 meses.
  • Falta de control cefálico (a partir de los 3 meses) y caída hacia delante en sedestación (después de los 6 meses).
  • Si el bebé no cierra la mano sobre un objeto que se le pone en ella y lo acerca automáticamente a la línea media del cuerpo (manipulación reactiva) a partir de los 3 meses, o si no va a coger voluntariamente un objeto, lo manipula, lo investiga y se lo cambia de mano (manipulación propositiva) después de los 6 meses.
  • No haber conseguido aún la bipedestación sin apoyo (más allá de los 12 meses) o la marcha autónoma (después de los 18 meses).
  • Hay que recordar, por otro lado, que la ausencia de gateo no se ha de considerar como un signo de alarma, ya que hay muchos niños que no gatean y pasan a la fase de bipedestación y marcha directamente, con un desarrollo psicomotor absolutamente normal.

En cuanto a las funciones sensoriales (visual y auditiva), la falta de respuesta a estímulos en determinadas edades del bebé podría indicar también la existencia de un trastorno del desarrollo:

  • Si el bebé no fija la mirada en un objeto cercano (generalmente la cara de la madre o el padre) a partir del mes de vida y si no sigue el objeto después de los 3 meses.
  • Si el bebé no interrumpe su actividad en curso y gira la cabeza para buscar la fuente de un sonido cercano a partir de los 3-4 meses.

Por lo que respecta a las actividades expresivas hay que tener en cuenta que las funciones de comunicación son mucho más más que sólo el habla. Así, debemos valorar los siguientes aspectos como signos de alarma si no han aparecido en el tiempo correcto:

  • Ausencia de sonrisa social en respuesta a la visión de rostros conocidos después de los 3 meses.
  • No señalar objetos o personas con el dedo después de los 10 meses.
  • Falta de bisílabos dirigidos (propositivos: pa-pa, ma-ma, ta-ta…) por encima de los 11 meses.

Además, se han definido una serie de signos de alarma en niños menores de 2 años, como indicativos de la existencia de un posible trastorno del espectro autista (TEA):

  • No balbucear a los 12 meses
  • No señalar ni hacer gestos sociales a los 12 meses
  • No aparición de palabras simples a los 16 meses
  • No aparición de frases espontáneas de dos palabras (no ecolálicas) a los 24 meses

¿Cómo pueden los padres diferenciar entre retrasos normales en el desarrollo y señales que podrían indicar la existencia de un trastorno?

En primer lugar, hay que tener en cuenta que la conducta del niño (el desarrollo psicomotor se explora a través de la conducta) es el resultado de la interacción entre la genética y el ambiente. Así, existen variaciones interindividuales y normales según la herencia (“no hay dos bebés iguales”) y según la estimulación que haya recibido el niño en sus primeros meses de vida. En este apartado encontramos varios factores que pueden contribuir a provocar retrasos del desarrollo, leves y no patológicos: aislamiento social (p.ej. los meses de confinamiento por la COVID), bebés adoptados institucionalizados desde recién nacidos en su país de origen, familias inmigrantes sin lazos familiares o culturales en el país de acogida, inicio tardío de la escolarización, etc.

Estos aspectos pueden provocar retrasos relativos y no patológicos en los ítems de desarrollo, por ejemplo, los relacionados con la hipotonía benigna de la infancia y los retrasos cronológicos (maduración lenta). Estos procesos se distinguen con facilidad de los verdaderamente patológicos porque el niño sigue un desarrollo más lento que la media, pero va alcanzando los diferentes ítems de forma secuencial, sólo 1 ó 2 meses más tarde.

En ocasiones, a lo largo del desarrollo pueden aparecer movimientos repetitivos, como las esterotipias y las mioclonías, que pueden semejar crisis epilépticas. Estos movimientos no se acompañan de alteraciones del nivel de conciencia, son transitorios y desaparecen progresivamente en el curso de semanas o pocos meses.

Por lo que respecta a las funciones de comunicación y relación, también existen algunos procesos que pueden provocar retraso en el desarrollo de dichas funciones: los secundarios a hipoestimulación, el retraso simple del habla (normalmente relacionado con dificultades auditivas), el mutismo selectivo y la disfemia (tartamudeo) del desarrollo. Estos procesos evolucionan favorablemente, llegando a la completa normalización del desarrollo, y pueden distinguirse porque el niño tiene una buena intención comunicativa (quiere hacerse entender y tiene recursos para ello) y su capacidad comprensiva es adecuada.

Finalmente, hay que tener en cuenta que el desarrollo psicomotor suele ser disharmónico: no todas las funciones evolucionan a la vez, por lo que puede haber niños cuyo desarrollo sea más lento en algunas áreas (p.ej, caminan más tarde o se retrasan en el habla), mientras que el resto de ítems se desarrollan normalmente. En estos casos, sólo es necesario vigilar la evolución y confirmar que los diferentes aspectos se van normalizando progresivamente.

¿Qué pasos deben seguir los padres si observan signos de alarma en el desarrollo de su hijo, y cuándo es el momento adecuado para buscar una evaluación profesional?

Primero, tranquilidad: los signos y síntomas de alerta no siempre indican que algo va mal. En la mayor parte de los casos, no pasa nada o se trata de patología benigna, de buen pronóstico.

Siempre hay que evitar consultar fuentes no fiables (páginas de internet no avaladas científicamente, redes sociales, etc.)

Los actuales controles del niño sano, realizados sistemáticamente tanto en la sanidad pública como en la privada, detectan precozmente los signos de alarma que pueden indicar un trastorno del desarrollo. Se evalúan sistemáticamente los protocolos de desarrollo motor, lenguaje, autismo, etc. No obstante, los padres deben consultar a su pediatra si observan algún signo de regresión (pérdida de habilidades ya conseguidas) o, simplemente, cuando tengan dudas o preocupaciones, ya que su pediatra es el profesional de confianza que mejor conoce al niño.

¿Qué tipo de evaluaciones o pruebas suelen realizarse para diagnosticar trastornos del desarrollo, y cómo pueden los padres prepararse para este proceso?

El proceso siempre se inicia del mismo modo, con una completa exploración física y neurológica, adaptada a la edad del niño. Después, según los datos aportados por los padres en la historia clínica y los signos evidenciados a través de la exploración, el pediatra aconsejará una trayectoria diagnóstica, siempre empezando por las pruebas menos molestas y que descarten un mayor número de patologías.

Así, según la sospecha diagnóstica inicial, se solicita una valoración auditiva por ORL o a través de una prueba de potenciales evocados auditivos; una valoración de la función visual por oftalmólogo; análisis sistemáticos de sangre y orina…

Después de estas pruebas iniciales, el pediatra puede derivar al niño al neurólogo infantil si lo cree conveniente, para una evaluación clínica más profunda y la realización de pruebas complementarias más complejas: electroencefalograma, estudio de sueño (polisomnografía), electroneurografía y electromiografía, resonancia cerebral (RNM) y análisis de sangre metabólicos y genéticos.

En todo caso, las pruebas no son dolorosas ni invasivas, salvo las que puedan requerir punción (análisis) o sedación ligera (RNM), y siempre se individualizan según la sospecha diagnóstica y evaluando cuidadosamente la relación entre las molestias o el riesgo y la información que se puede obtener.

¿Qué recursos y tipos de intervención temprana están disponibles para niños con trastornos del desarrollo, y cómo pueden los padres acceder a ellos?

A nivel de la sanidad pública se puede acceder a los distintos recursos a través del pediatra del centro de salud, quien derivará al niño a la unidad de desarrollo infantil adscrita al ambulatorio, donde recibirá el tratamiento que precise (fisioterapia, estimulación, logopedia…), así como controles por neuropediatra. Este último puede derivar al paciente a centros hospitalarios de tercer nivel, donde se podrá completar el estudio diagnóstico mediante las pruebas complementarias que pueda precisar.

Por otro lado, a través de estos centros, del propio pediatra o de los servicios sociales del ayuntamiento o comunidad donde resida la familia, se pueden activar ayudas complementarias (dotaciones económicas, ayudas para guardería, para tratamientos, etc.), mediante la obtención de los certificados de discapacidad y/o dependencia.

A nivel de la sanidad privada, existe igualmente una extensa red de centros para realizar el diagnóstico y los tratamientos que pueda precisar el niño. Estos tratamientos pueden combinarse perfectamente con los que se realicen a través de la red pública de asistencia.

Por último, todos los centros educativos públicos y concertados, y muchos de titularidad privada, pueden ofrecer a los alumnos con algún tipo de discapacidad las ayudas pedagógicas que precisen, mediante profesorado de apoyo, atención individualizada, logopedia, refuerzos, etc. Estas actividades se coordinan con los centros de estimulación, para ofrecer al paciente una atención integral.

Para acabar, ¿qué tipo de trastornos pueden aparecer por encima de los 2 años de edad? ¿En qué síntomas deberíamos fijarnos para detectarlos lo antes posible?

Suele tratarse de trastornos del desarrollo más leves o que comienzan a dar signos más tardíamente, como el retraso simple del habla, el mutismo selectivo, la disfemia del desarrollo, etc. A partir de los 6 años ya pueden diagnosticarse problemas de aprendizaje, como el déficit de atención (TDAH), la dislexia y otros. Aunque estas condiciones no pueden confirmarse en edades más tempranas, si que pueden sospecharse más precozmente por la presencia de problemas conductuales, inquietud motora, dificultades de comprensión y disminución progresiva del rendimiento escolar conforme avanzan los cursos.

Por otro lado, trastornos del desarrollo más graves, como el trastorno específico del lenguaje (TEL) o el autismo, en ocasiones se presentan como formas más tardías que pueden no dar síntomas específicos en edades tempranas. En estos casos, ciertas características del comportamiento del niño pueden contemplarse como criterios de alarma si aparecen varios a la vez (más de 3 en general):

  • No responde a su nombre
  • No sabe expresar lo que quiere
  • Existe retraso del lenguaje
  • No sigue instrucciones
  • A veces parece sordo
  • No señala con el dedo
  • No mueve la mano para indicar despedida
  • No sonríe socialmente
  • Tiene poco contacto ocular
  • Parece preferir estar o jugar solo
  • No se interesa por otros niños
  • Tiene rabietas frecuentes y/o conductas oposicionistas
  • No sabe cómo jugar con juguetes, el juego es repetitivo
  • Tiene un apego inusual a ciertos objetos
  • Repite palabras, sonidos o movimientos sin intencionalidad
  • Es hipersensible a ciertos sonidos o texturas

Finalmente, hay que considerar también como un signo de alarma cualquier pérdida de lenguaje o de habilidad social a cualquier edad. En todos estos casos indicados, es aconsejable consultar con el pediatra, quien hará una valoración certera de los síntomas consultados, los posibles diagnósticos y la actitud consecuente.