El cuento de Quim

Hola a todos, me llamo Quim y tengo siete años, aunque a veces piensan que tengo cuatro. Me gusta jugar al fútbol y también cantar. Soy moreno y un poco bajito. Mi maestra está contenta conmigo, pero dice que soy un poco payaso y parlanchín.
Cuando me siento con mi amigo Pancho, siempre tengo cosas que decirle.

Hoy estoy contento y nervioso, por fin ha llegado el día del concierto. Llegamos al teatro y el director nos coloca en el escenario. Yo siempre estoy en primera fila, porque soy de los más bajitos. Pancho, a mi lado, también es pequeño. El concierto ha sido un éxito y nos han felicitado a todos.

Mi madre dice que mejor en primera fila, porque así me ven perfectamente. Pero se preocupa un poco cuando los pantalones del año pasado aún me sirven. A veces, en el cole me llaman «pulga». También «mini», «enano» o «bebé» y a Pancho lo llaman «tapón», porque él es gordito y pequeño. Mi madre dice que cada uno es como es y que lo importante es ser buen estudiante.

 

Hoy tengo la revisión del pediatra. ¡Estoy contento porque este año no me toca vacuna! Cuando vamos al pediatra, siempre me pregunta un montón de cosas, si como bien, si duermo bien, si veo mucho la tele… Me pesa y me mide, después me tumbo en una camilla y me escucha el ruido del corazón y de los pulmones, además me toca la barriga. El médico lo apunta todo en su ficha y dibuja en una gráfica cómo voy creciendo.

Esta mañana no voy al cole porque tengo que ir otra vez al médico. Parece que a mi pediatra también le preocupa que sea pequeño y les dio a mis padres un papel para ir a un endocrinólogo. Me explicó que es el médico que se encarga de estudiar las hormonas, una especie de mensajeros que tenemos dentro del cuerpo. Hay dos hormonas fundamentales para crecer y, una de ellas se llama hormona de crecimiento.

Ya fuimos al especialista en hormonas. Estaba en el hospital y al principio me asusté un poco. Vinieron mi padre y mi madre, y el médico nos midió a todos. Leyó la carta de mi pediatra y nos preguntó muchas cosas. Cómo era cuando nací, cómo comía, si estuve enfermo alguna vez, también cosas de mis padres y de mi hermano. Hasta nos preguntó cómo hacía las cacas; explicó: «A veces, hay enfermedades de los intestinos que no dejan crecer». Nos dijo que tenía que hacerme unas pruebas y quedamos otro día para enseñárselas.

¡Hola de nuevo! Hemos vuelto al médico del hospital, el de las hormonas. Mientras esperábamos nuestro turno, he hecho una amiga. Se llama María, también tiene siete años, es rubia y delgada. Su madre nos ha contado que cada día se pincha hormona de crecimiento desde hace un año. Se la dan porque nació muy pequeña y no crecía muy bien. Me ha dicho que se pincha ella sola cada noche y que no duele. Debe de ser muy valiente…

Una mañana fuimos al hospital y me hicieron unos análisis. Tuve que esperar un rato y me volvieron a pinchar después. También me hicieron una radiografía de la mano. Parece ser que, en la mano, cuando nacemos sólo están los huesos largos, los de los dedos. El resto es cartílago y, a medida que nos hacemos mayores, éste se va transformando en hueso. Los médicos lo utilizan para saber la edad de nuestros huesos y cuánto tiempo nos queda por crecer. Hay niños que crecen despacio pero durante más tiempo. De pequeños son bajitos pero de mayores serán altos; éstos no necesitan hormona de fuera para crecer, sólo necesitan esperar que pase el tiempo.

Pues sí, al final me tengo que pinchar, pero la cosa no es tan grave. No son las mismas agujas de las vacunas, grandes y largas. Éstas son muy pequeñas, como un hilo. Pero os lo cuento por pasos: primero esperamos bastante tiempo, porque unos cuantos médicos se reunieron para decidir si la hormona de crecimiento me podía ayudar o no. Hablaron con mi madre para explicarle que yo era de los que necesitaba la hormona. La fuimos a buscar y nos explicaron que teníamos que guardarla en la nevera, si no la hormona se puede estropear y no hacer de mensajera.

Nos dieron la hormona del crecimiento y nos enseñaron a utilizarla. Me la pongo antes de ir a la cama, porque la hormona trabaja mejor durante la noche. Como me pincho solo, este verano podré ir de vacaciones con los abuelos a la playa. Falta poco, ya estamos en primavera.

Hoy le he preguntado a mi madre si le podíamos dar un poco de mi hormona a Pancho y ella me ha contestado que no. Que Pancho es así porque sus padres también son más bajitos. La hormona de crecer, igual que todos los medicamentos, te la tiene que recetar el médico, que es el que sabe qué necesita cada uno.

Ya llegó el verano y estoy en la playa donde viven mis abuelos. Al verme, me han dicho como siempre que he crecido mucho. Ellos me lo dicen cada año, pero este año creo que es verdad. Ya llego de pie a coger los caramelos que mi abuela tiene escondidos para que mis primos y yo no comamos demasiados.

 

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Mònica Peitx Triay
Nació en Barcelona en 1970 y está licenciada en Medicina y Cirugía por la Universitat de Barcelona. Trabaja como endocrinóloga pediátrica desde el 2002. Está casada con un médico y tiene dos hijos. Le gusta su trabajo y también el sol, el mar, leer, ir en bicicleta,
remar, caminar y dibujar.
Además del libro que tienes en las manos, en el año 2008 publicó el libro El cuento de Max. Para saber más sobre obesidad infantil, al que le siguió El cuento de Aina. Para saber más sobre diabetes mellitus tipo 1 (publicado en el año 2009).

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